Otro día, había decidido, trás meses trabajando en mi nuevo libro, que estaba de buen tamaño si fuera dar unas vueltas por la ciudad. Había salido de casa había solo un rato y cosas muy raras empezaron a ocurrir. Me di cuenta de la ropa extraña que me había puesto: un viejo pantalón negro de mezclilla, que había mucho tiempo lo había metido en la basura y no logré saber cómo había vuelto a mi armário, una larga blusa negra de algodón y… mis zapatos más caros… Había recorrido sólo una cuadra cuando dos perros empezaron a seguirme como si fuerán mis guardaespaldas, uno de cada lado, después, las personas que viven en la calle empezaron a saludarme como si yo fuera una conocida de ellos. Cuando percibí, estaba muy lejos de casa y el tiempo había cambiado mientras yo caminaba sin pensar en nada más que disfrutar del día.
Recuerdo que estaba lloviendo a mares y que entré en aquel cine porque no tenía otro sítio donde meterme. Era domingo, habían dado las diez da la noche y hacía bastante rato que había empezado la película. Me senté en la última fila y lo primero que hice fue quitarme los zapatos, que se me habían puesto perdidos de barro. La película que estaban echando era de amor y salía una chica rubia con un buen par de melones y un fulano que llevaba un sombrero con una pluma y un montón de medallas en el pecho. Un tipo con pinta de príncipe o algo así. Al cabo de un rato me quedé como un tronco y cuando me despertó el acomodador había salido casi toda la gente. Ya estaban encendidas las luces, pero a pesar de todo me puso la linterna a un palmo de la nariz y me preguntó si pensaba que aquel cine era un hotel.
Pienso que, al despertar de aquella manera algo se produjo en mi subconciente. Busqué mis zapatos bajo las butacas y no logré encontrarlos, así que tuve que salir sin ellos por la prisa que tenía el acomodador. Cuando salí del cine ya había parado de llover y las calles estaban llenas de gente que salía de otros cines, cafés y restaurantes alrededor. Hacía horas que yo estaba fuera de casa y decidí volver por el mismo camino. Los dos perros me estaban esperando en la esquina del cine, como se hubieran sabido que camino yo tomaría. Cuando pasé por los callejeros había una muchacha rubia metida en un vestido rojo muy apretado que destacaba sus pechos y ella llevaba mis zapatos… junto a ella se encontraba un muchacho con un sombrero y medallas en el pecho y ellos estaban discutiendo por amor. Seguí mi camino pensando lo raro que había pasado en el cine y en la calle, ¿Hubiera sido un sueño? Pensando en eso, me di cuenta que había un rato estaba dando vueltas en mi sala y había enfín, conseguido el final para mi libro. ¡Ya sabia quién era y dónde encontrar al asesino!
Cuento escrito a tres manos: Luciana – Márcia y Sabrina.